Opinión | Fiscal General del Estado

Limón & vinagre | Álvaro García Ortiz: El fiscal de los recados

Álvaro García, en la Junta de Fiscales celebrada ayer en la Ciutat de la Justícia de Barcelona.

Álvaro García, en la Junta de Fiscales celebrada ayer en la Ciutat de la Justícia de Barcelona. / EFE / Toni Albir

Cuesta escribir el ampuloso título de fiscal general del Estado junto al nombre de Álvaro García Ortiz, un niño grandullón metido en las peleas de los mayores. El Gobierno lo utiliza como el fiscal de los recados, porque «¿la fiscalía de quién depende?». Es más sindicalista que nadie, pero también ha sido boicoteado por llamar fiscales del PP a quienes en realidad militan en Vox.

Jueces y fiscales son los únicos españoles esclavizados por ideologías trasnochadas, han desbordado por goleada a los cuñados. García Ortiz también considera que la ley circula siempre por la izquierda, y no le importuna ser el alto cargo de Pedro Sánchez más perseguido por los fanáticos, aunque se lleve un coscorrón.

Don Álvaro o la fuerza del sino ejerce de tentetieso de los golpes y golpistas togados, porque sumisión fundamental de parachoques es salvaguardar a su diosa. Adora a su predecesora Dolores Delgado, con esa devoción que los adolescentes reservan a Taylor Swift, y la va engalanando con las prebendas que ambiciona. La define públicamente como la más dotada para los sucesivos cargos que anhela, pero está claro que le concedería desde el Nobel hasta un ramillete de estrellas Michelin.

Es el fiscal del Prestige, susurran sin reparar en que esta distinción con condenas irrisorias es un Desprestige, equivale a premiar a Meryl Streep por Mamma Mia! Hablando de actores, García Ortiz se perfila como un Lenin o un Trotski. Un revolucionario ruso de prosa afelpada, un compositor desmelenado que aborda una ópera y le sale un réquiem.

El fanatismo es contraproducente, y la Fiscalía General del Estado se ha convertido en la institución jerárquica más anárquica del país. En descargo de García Ortiz, alguno de sus predecesores estaría en la cárcel con el grado de pureza que ahora se exige al cargo. Y con cualquier otro presidente del Gobierno menos acelerado que Sánchez, de ningún modo celebraría el actual fiscal general en agosto su segundo aniversario en la sede de la Castellana.

Contemplas una entrevista de García Ortiz aguardando al momento en que se arremangará un brazo, y mostrará los principios fundamentales del progresismo que lleva tatuados en el bíceps. Su fe fogosa le impulsa a cometer errores de colegial. El novio de Ayuso se había incinerado autoinculpándose de delitos con la Hacienda, y la fiscalía le arrojó el salvavidas de una indiscreción institucional.

De Stampa a Koldo

Por no hablar de la persecución al también fiscal Ignacio Stampa, detallada por Ernesto Ekaizer en Operación Jaque Mate. O del empantanamiento de la Fiscalía Anticorrupción, a la que tiene que sacar los colores su homónima europea por ocultarle datos indispensables de la trama de Koldo.

El único dato a favor de García Ortiz es que hay demasiados datos en su contra. Desde su peligrosa ingenuidad adoratriz, no posee la inventiva del fallecido José Manuel Maza al acusar de rebelión a Catalunya, ni el maquiavelismo de un Cándido Conde-Pumpido que siempre aterriza de pie. Tranquiliza a Jaume Matas con la garantía de que no hay más casos de corrupción contra el PP, y acaba al frente del Constitucional. En efecto, quieres cumplir con el deber de retratar en primera persona al fiscal general y acabas hablando de otra gente, porque el aludido queda en segundo plano hasta cuando lo fotografían en solitario.

Risueño por defecto, García Ortiz se alinea con la izquierda que hace de la virtud necesidad.

Recusa por cuadruplicado al Tribunal Supremo, multiplicando las crisis en las que está envuelto. Ya resulta más comprometedor para el presidente del Gobierno que el propio Tezanos, dos visionarios que analizan los asuntos científicamente y siempre alcanzan el mismo resultado, salvar al soldado Sánchez y a la emperatriz Lola de España, para sus amigos.

Es cruel ahondar en la demolición que sufre García Ortiz, aunque sea por méritos propios. Como atenuante, debe esgrimirse la rudeza de trabajar en las trincheras del lawfare, en un país esclavizado al contrapoder del Supremo. La justicia española sigue envuelta en la convulsión que supuso el destierro de Baltasar Garzón de la carrera judicial, y tampoco es casualidad que el antiguo instructor de la Audiencia Nacional sea ya el marido de Dolores Delgado.

A quienes hemos admirado al juez que cambió la historia de España, no se nos debe exigir la transfusión conyugal de nuestros afectos. No hay nada en la trayectoria de Delgado que merezca la mínima consideración de la parroquia, y García Ortiz era su número dos. El Gobierno de los jueces sigue goleando a los jueces del Gobierno, el verdadero poder está en manos del jefe del Tribunal Supremo.

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